insomnio con Manet

Apenas cierro los ojos y veo los dos grandes luceros de la mujer blanca de Le déjeuner sur l’Herbe,  o lo que es casi lo mismo, de la Pareja dos que pinté en la casita de Corga, con su expresioncita de asombro, ternura e indiferencia.
Parece que me miran, sí me miran…  he de estar frente al cuadro, aquí en mi cocina,  no en el Museo, no en mi muro de escaleras blancas de la casa de mi adorada Isolda.
Apenas miro el cuadro y me lleno de mariposas, que han dejado de ser amarillas, más bien van a negras en una regresión que las lleva a ser orugas, y mi cuello se tensa dejándome un sabor agrio en la lengua, deseando no ser tan mujer para no pensar ni sentir tanto, y dormir tranquila.

Apenas cierro los ojos y la pesadez de mi cuerpo se posa sobre mí, y los recuerdos llueven, algunos viejos, otros no tanto, y me veo apenas hace algún ayer, como bien dicen que la experiencia te quita la inocencia del que no ve, del que se come el mundo a puños, de quien colecciona juguetes pensando que los tendrá para siempre, de quien guarda sus cartas en una alcancía creyendo que son joyas y algún ladrón se lleva, de quien teje madejas de hilo y las conserva en un frasco.
Apenas cierro mis ojos y veo esos dos oscuros ojitos de changuito, mirándome tan de cerca tiernamente, así como solían verme, y me veo ahí, comiéndome el mundo a puños frente a Le déjeuner sur l’Herbe en el d’Orsay, con la pesadez en la mirada como la que poseo esta noche que no puedo dormir y todavía sueño con ser artista.

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