Pueblo húmedo.


Hemos llegado a pasar las fiestas a una estación conocida, la de mi pueblo espinudo, de tierra roja, cielo azul y casas rosadas, de sol intenso, frío y arrogante como buen lugar que en algún momento fue importante. Llegamos a cual pareciera otra estación, el cielo llora desconsoladamente, tanto que podría pasar de semidesierto a bosque en pocos días y darle sentido a su antiguo nombre de Nueva Galicia.
Visitar el pueblo ha sido como ir a casa de la abuela, donde todo sigue siempre igual, el tiempo se estira y estira casi como si se quedara aparcado para no estorbar, quieto, sedentario. Y mientras el mundo afuera corre a prisa,  algunas fachadas lentamente van perdiendo lo que guardaban ocultándolo discretamente, esperando a lo que pase primero o un golpe de suerte que espante su ruina. Entretanto la Catedral sigue mostrando orgullosa su buen ejemplo barroco.
Los muros desnudos, el techo, al igual que la ciudad, como la casa de Ursula Buendía, han caído un tanto en el abandono y  piden a gritos su rescate. Como en todo lugar algunas luces brillan a través de las ventanas, iluminando las estancias y comedores de aquellos quienes esperan con anhelo el nuevo año, en un lugar que esta noche se ha vestido de agua.


Comentarios

eduardourbiolaituarte ha dicho que…
en esta ocasión me ha dejado impresionado el lloradero de los muros
no es un fenomeno solo de lo natural y de muros en descuido, es y habla de cosas mas profundas que nos pasan y que demustran con total claridad lo que en otros momentos te he dicho , venir aquí y acercarnos a ellos lo unico que produce es que convives con enfermos,lisiados humanos del espiritu

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